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Por: Eduardo Zaragoza

Para Héctor

Siempre hay esperanza  4/5

Disney va en serio cuando de La Guerra de las Galaxias se trata. El estudio prometió filmes de antología independientes de los episodios venideros, pero con conexión obvia con el universo que creara George Lucas en 1977; la primera de esas películas es justamente una precuela de la trilogía original, ese escabroso territorio donde el mismísimo Lucas falló terriblemente con sus Episodios I, II y III. Se requieren muchas agallas para hacer algo como esto, pero Disney no bromea y se toma las cosas serias muy en serio. Damas y caballeros, bienvenidos a una nueva era de Star Wars, y esa era comienza con Rogue One.

Cronológicamente ubicada justo antes del Episodio IV: Una Nueva Esperanza, Rogue One es la historia de cómo la Alianza Rebelde robó los planos de la Estrella de la Muerte. Los insurgentes usan a la problemática y ex convicta Jyn Erso (Felicity Jones) debido a que su padre Galen (Mads Mikkelsen) es el creador de la pesadilla tecnológica capaz de erradicar planetas enteros, y a todos los rebeldes, de un solo golpe.

A Erso la acompañan el capitán Cassian Andor (Diego Luna) y el droide imperial K-2SO (Alan Tudyk), un robot reprogramado por los partisanos y que cuenta con un extraño e involuntario sentido del humor. Juntos buscarán a papá Erso, y la clave para destruir la súper arma que el Imperio ha diseñado.

Y en el bando de los chicos malos encontramos al director Orson Krennic (Ben Mendelsohn), un hombre tan convencido de su causa y tan cegado por la ambición y el poder que no hubiera tenido problemas para formar parte de las SS.

Entonces mucha palabrería y mucha información, pero ¿qué tal es? La verdad, es buena, sí, es una buena película.

El director Gareth Edwards (Godzilla) entiende perfectamente lo que significa Star Wars, porque al igual que J.J. Abrams estamos hablando de un fan a ultranza, de esos de hueso colorado, y realiza una cinta divertida pero oscura y hasta violenta. Rogue One no es la clásica entrega de La Guerra de las Galaxias, porque a pesar de que sí tiene los típicos clichés y situaciones muy comunes, en esencia es un filme de guerra a la vieja usanza, más sucio.

La virtud de Edwards es retratar el universo que ya conocemos pero desde una perspectiva bélica. La expedición rebelde y su misión nos remontan a películas de la Segunda Guerra Mundial, donde los Aliados deben infiltrarse en instalaciones del Reich para poder lograr su cometido. En Rogue One encontramos guiños a Los Cañones de Navarone, Donde las Águilas se Atreven y Doce del Patíbulo. En lugar de ser un filme puramente de fantasía, esta precuela se torna en una misión suicida, de tenso espionaje militar, con el destino de muchos en las manos de unos cuantos, con una lucha puramente por sobrevivir, por existir. La batalla final, ubicada en el planeta tropical Scarif es un acierto mayúsculo, una decisión fundamental para la consagración de la película, por una simple razón: la pelea se libra en una playa, como las grandes confrontaciones de la historia real.

Al llegar al espectacular tercer acto, de una u otra manera la acción llega a sentirse muy real, y muy cruda. El choque entre fuerzas rebeldes e imperiales de inmediato trae a la mente Guadalcanal, Midway, el Golfo de Leyte, Iwo Jima y por supuesto Normandía. Edwards se luce con las secuencias de combate, sobre todo cuando hace uso de la cámara al hombro y nos mete de lleno a la frenética escaramuza en un dos por tres; el cineasta prometió un filme que evocara a La Caída del Halcón Negro y lo cumple con creces.

Acepto que en algunos lapsos se puede llegar a sentir pesada, sobre todo en el segundo acto, pero al llegar al tercero, Rogue One pisa el acelerador y saca lo mejor de su repertorio, que incluye unos efectos visuales tan buenos que deberían ser premiados con el Oscar, edición precisa, de relojero, y un sólido soundtrack a cargo de Michael Giacchino. En las manos de Edwards se convierten en oro para los fans incondicionales de la saga.

El pero que le encuentro es el desarrollo de los personajes, que no es responsabilidad de los actores para nada. De hecho Jones y Luna brillan a pesar de que no tienen mucho material para trabajar. Llámenlo cuestión de planeación si quieren, simplemente sus personajes no están tan bien delineados en el guión como Kylo Ren, Darth Maul o Han Solo, pero ambos histriones se las ingenian para cargar todo el filme sobre sus hombros.

Rogue One es grande, suntuosa y espectacular. Tiene alma y corazón, pertenecientes al universo de Star Wars, pero mientras más desarrolla su propia personalidad, mejor se torna, con un tono más maduro, más realista, aunque suene inverosímil. Justo ahora, en el turbulento presente que vivimos, la película funciona en muchos niveles, catalizando eficientemente mucha de la problemática contemporánea de forma sutil y elegante. Es una cinta diversa, que retrata una profunda división cultural e ideológica. Algunos quieren paz y libertad y otros simplemente buscan inculcar terror y gobernar con un puño de hierro, inflexible e intolerante, caminando por el lado oscuro de la Fuerza. Pero siempre habrá luz que se enfrente a la oscuridad.

A pesar de sus grandes secuencias de acción, brillantes efectos visuales y enormes enfrentamientos, lo que hace especial a Rogue One son ciertos momentos, ciertos personajes que aparecen en el momento justo, algunos por apenas segundos de duración, pero es suficiente para dibujar una gran sonrisa en nuestros rostros, por nostalgia, por emoción, pero sobre todo porque los chicos buenos están unidos por una causa en común, por un ideal, por un sueño, todos impulsados por La Fuerza. Y en La Fuerza siempre florecerá una nueva esperanza.

Rogue One: A Star Wars Story (Lucasfilm)

Estados Unidos, 2016

Director: Gareth Edwards

Elenco: Felicity Jones, Diego Luna, Alan Tudyk, Ben Mendelsohn, Forest Whitaker y Mads Mikkelsen.